Artículo publicado en la revista SCHERZO.

Ángel Martín Pompey

 

            El premio nacional de música ha recaído este año en su apartado a la creación en la persona de Ángel Martín Pompey y el de interpretación en la de Josep Pons. La prensa diaria ha dedicado la mayor parte de sus artículos o reseñas sobre este premio a glosar la figura del director de orquesta Josep Pons (elogios merecidísimos, por supuesto) y apenas ha dedicado espacio al compositor Ángel Martín Pompey. Este hecho, en principio tan intrascendente, puede ser debido a varias causas, como no disponer en ese momento de información sobre el sujeto a tratar, pero en mi opinión simplemente refleja una situación endémica en la historia social de la música española: la poca valoración que se tiene del compositor.

            El intérprete es el personaje más valorado y aclamado socialmente por todo aquel que se acerca a la música; el compositor permanece (casi) siempre en el olvido. ¿Pero, acaso el compositor no es el personaje más importante en la escala de valoraciones de la música? El compositor, como genuino creador que es ¿No debe ocupar el primer lugar en la trinidad musical: compositor-intérprete-oyente? Esto, a pesar del oropel, la fama y el dinero, lo saben muy bien los intérpretes del s. XX donde la figura de compositor e intérprete se ha separado abismalmente; algo que en siglos pasados ni tan siquiera se planteaba, simplemente se era músico. Estoy convencido que la mala leche y el desprecio a todo que exhibía el gran director(y endiosado en esta revista) S. Celebidache respondía a su frustración como compositor.

            Podrá pensar, querido lector, a cuento de qué viene esta introducción para reseñar el premio concedido al Sr. compositor D. Ángel Martín Pompey, pero quizá lo entienda mejor cuando sepa que este compositor tiene 97 años (el más anciano de los compositores vivos) y que este premio le ha sido concedido por el estreno, cuarenta y dos años después de ser compuesta, de la ópera La tarasca en el Festival de Otoño de Madrid de 1998.

            Este ascético y solitario compositor que presume de haber tratado a M. de Unamuno, nacido en el pueblo madrileño de Montejo de la Sierra en 1902 y formado en el Conservatorio de Madrid con Cubiles, Francés, Saco del Valle, Bordás, pero sobre todo con Conrado del Campo, que fue asistente de Pérez Casas en su cátedra de armonía y, por un breve período, profesor de composición en el mismo Conservatorio, abandonó una primera y fructífera dedicación al nuevo y emergente Jazz tocando en orquestas de baile en los años 20-30 para dedicarse exclusivamente al estudio, con su maestro C. del Campo, y a la composición. Después de la guerra civil fue becario de la Real Academia de San Fernando para realizar investigaciones sobre el canto marroquí y la música gregoriana; crítico del diario “Ya” y colaborador en revistas musicales. Desde 1941 hasta su jubilación ha sido profesor de música en el Colegio del Pilar (por su aula han pasado personajes como Aznar, los Solana, Ansón, Ruiz Tarazona y muchos de los actuales dirigentes económicos y políticos) y hasta los 96 años ha estado activo como organista en la iglesia del mismo colegio. Pero su verdadera y gran dedicación ha sido la composición, dejando un monumental catálogo de obras: 3 sinfonías, 9 cuartetos de cuerda, 1 ópera, conciertos para violín, viola, cello, contrabajo, guitarra, 2 pianos, un triple concierto, dúos, tríos, quintetos, sextetos, sonatas, ballets, canciones, oberturas, numerosísima música de cámara en las más diversas combinaciones, y lo que parece ser su opus magnun, Variaciones sinfónicas sobre un tema original, compuesto con una beca de la Fundación March; obras donde se percibe, por encima de cualquier cuestión estética, la gran solidez adquirida con su maestro C. del Campo. Lo más curioso de todo es que aunque su música se ha tocado con cierta regularidad hasta los 60, la mayor parte de esta obra está aún sin estrenar.

            Martín Pompey (ver nº 79 de Scherzo) pertenece por edad a la Generación del 27 aunque apenas tuvo contacto con los miembros de este grupo excepto con Bacarisse. Las consecuencias de la guerra en esta generación produjo reacciones muy dispares. Ni todos los exiliados continuaron con su progresismo musical ni todos los que se quedaron se convirtieron en castizos nacionales. Un ejemplo es Bacarisse; de ser uno de los más progresistas durante su etapa española pasó a cultivar un nacionalismo casticista durante su exilio, dándose la paradoja de que una obra suya, el Concertino para guitarra y orquesta fue utilizado por el régimen franquista como representante de su ideal estético musical.

            Martín Pompey no ha sido nunca un nacionalista al estilo Rodrigo, tampoco un vanguardista; evoluciona desde el estilo filo-germánico instigado por su maestro Conrado del Campo hasta un personal atonalismo, pasando por las influencias de Bartòk, Strawinski o Berg. Al finalizar la guerra cultiva un nacionalismo casticista de gran rigor formal, sin embargo sus inquietudes y su espíritu creador le hacen evolucionar hasta posiciones atonales que vuelca, sobre todo, en sus inquietantes cuartetos de cuerda.