Dos músicos en la Guerra de la Independencia:

Mariano Rodríguez de Ledesma y Fernando Sor.

 

 

            Fernando Sor y Mariano Rodríguez de Ledesma son los dos músicos españoles más importantes de entre los que estaban profesionalmente en activo durante la Guerra de la Independencia. Como la mayoría de los músicos, ambos lucharon con la música y las armas, que diría Don Quijote, y aunque de todos ellos sólo conocemos retazos sueltos de sus actividades vitales y profesionales durante estos años, al menos de estos dos tenemos noticias más continuadas que nos pueden dar una idea de como pudo ser la actividad general de los músicos. 

 

Mariano Rodríguez de Ledesma

Cuando los franceses llegan a Madrid en 1808, Rodríguez de Ledesma es ya un músico muy considerado en la capital. Es primer tenor y compositor-director del Teatro de la Cruz y durante un par de años ha rivalizado con su amigo Manuel García que lo era del Teatro de los Caños del Peral. También es tenor supernumerario de la Real Capilla y ha conseguido realizar unos años antes la primera interpretación en España del Réquiem de Mozart según informará el Allgemeine Musikalische Zeitung de Leipzig en su nº 37 del 14 de septiembre de1814: “Ledesma conoce, honra y aprecia la música alemana, admirando sobre todo a Haydn y a Mozart. El Réquiem  de este último le entusiasma de tal manera que siendo aún maestro de capilla (!) en Madrid no quedó satisfecho hasta haber conseguido hacerlo ejecutar, no obstante las dificultades que le promovieron los cantantes y los instrumentistas. Primero lo hizo oír en sociedades privadas y después en algunas iglesias de la corte, logrando siempre excitar el entusiasmo delirante del auditorio”.

            Durante los meses de septiembre y octubre de 1808 colabora como tenor y director de música con la casa de Benavente-Osuna en diferentes funciones religiosas realizadas en San Felipe Neri. Esta casa nobiliaria tan aficionada a la música, que anteriormente tuvo como asesor musical a Tomás de Iriarte -gracias al cual hizo un contrato con J. Haydn para que le enviase 12 obras anuales- y en otro momento tuvo como director de música a Luigi Boccherini, desarrollaba una incesante actividad musical regida por esa gran mecenas del arte que fue María Josefa de la Soledad Alonso y Pimentel, Duquesa-condesa de Benavente-Osuna. Y en esos días de septiembre y octubre de 1808 en los que participa Rodríguez de Ledesma, entre otras grandes funciones religiosas con música dedicadas a San Francisco de Borja, patrón de la casa Benavente-Osuna, se hacen: en San Felipe Neri la Misa Grande de A. Rosetti el 4 y 5 de octubre, la Misa de G. Paisiello los días 8 y 9, la Misa de G. Brunetti el 10,  la Misa ‘chica’ de J. Haydn el 11; en las Capuchinas la Misa de J. Haydn el 12 y, otra vez en San Felipe Neri, la Misa de J. Haydn el 13.

A principios de diciembre de ese fatídico 1808, con Napoleón ya en Chamartín, se distingue Ledesma en la defensa de Madrid contra el ejército napoleónico luchando bajo las órdenes, como ayudante de campo, del Teniente General vizconde de Gant, confiscándole más tarde sus bienes el gobierno intruso “por haberse batido sin ser su carrera la de militar”, según lo expresaba la Gaceta de dicho gobierno. Tras las capitulaciones del 4 de diciembre salen hacia Segovia las menguadas tropas que dirigía este vizconde de Gant, o Gand (François-Charles-Gabriel, nacido francés pero nombrado grande de España por Carlos IV), aunque Ledesma tomará el camino del sur, como ya había hecho la Junta Central Suprema, al tiempo que Napoleón publicaba en la Gaceta la proclama que, entre otras cosas, decía: “Españoles: vuestro destino está en mis manos”. Llega Ledesma a Sevilla el 21 del mismo mes y poco después de presentarse ante el gobierno legítimo, que estaba instalado en el Alcázar, marcha a Cádiz donde le es preciso dar lecciones de música para subsistir hasta su marcha a Inglaterra en 1810.

Rápida salida de Sevilla a Cádiz comprensible a la vista de lo que cuenta J. M. Blanco White –al que volveremos más adelante ya que, además de gran intelectual, escritor y periodista, fue un excelente violinista amigo de Ledesma con el que coincidió en sus viajes- en su autobiografía (The Life of the Rev. Joseph Blanco White written by himself with portions of his correspondence. Ed. by John Hamilton Thom. London: John Chapman, 1845. Traducida al español por Antonio Garnica, Sevilla, Universidad, 1975): “Acaricié mis cadenas y regresé sin demora al lugar donde sabía que me habrían de amargar más la vida: volví a Sevilla, la ciudad más fanática de España, en el momento en que estaba bajo el control más completo del populacho ignorante y supersticioso”. Una ciudad en la que estaban cerrados los teatros y prohibida, por inmoral, cualquier tipo de representación teatral u operística frente a un Cádiz con los “encantos de una ciudad disipada”, con varios teatros abiertos y una gran actividad social. La Babilonia moderna al decir de los beatos meapilas.

En Cádiz Ledesma conoce al militar-poeta Francisco de Laiglesia y Darrac, director de la Escuela de Equitación que había publicado ya algunas obras patrióticas en Cádiz y Sevilla: Oda a la gloriosa defensa de Buenos Aires por los españoles en los días 5 y 6 de julio de 1806, Oda a los gloriosos triunfos de los españoles en los meses de junio y julio de 1808, Oda a los exercitos español e inglés vencedores de los franceses en Talavera y Canción guerrera del soldado español en el campo de batalla, y con él colaborará en varias canciones: dos patrióticas relacionadas con los sucesos de 1808, Los cantos del trovador y El día de la nación española o el dos de mayo, y una lírica, El sueño de mi amor, perteneciente a las Seis Canciones Españolas.

La primera que, parece ser, salió de sus plumas -y  seguramente la canción más antigua que conocemos de Ledesma-, Los cantos del trovador, no es una canción patriótica en sentido estricto sino una especie de empalagoso lamento en forma de canción lírica dedicado a la condición en que entonces se encontraba el rey felón: “¡Ay Fernando mío! ¡Ay dulce esperanza! ¡Quién tanta venganza pudo contra ti!”. En la portada de la edición del texto publicado por su autor dice: estrofas cantadas / á nuestro amado é inocente Soberano / D. Fernando VII / en su escandalosa prisión / por / D. Francisco de Laiglesia y Darrac / caballero de la Real y Distinguida  orden española de Carlos III. / Sevilla / por la viuda de Hidalgo y Sobrino / año de 1809, texto que se compone de un poema inicial, dedicado a Laura en agosto de 1808, y 3 cantilenas. Rodríguez de Ledesma, para su canción, sólo utiliza las cantilenas y el estribillo creando una preciosa música de aire romántico, muy superior al texto, en la que ya están presentes algunas de sus características futuras: cromatismos melódicos y armónicos y la combinación de la tonalidad principal en modo mayor-menor.

            La otra colaboración entre Ledesma y Laiglesia y Darrac, a juzgar por el texto ya que desconocemos la música, debió ser compuesta para solista y coro con acompañamiento de piano siguiendo la práctica común de la mayoría de las canciones e himnos patrióticos de entonces (aunque luego se realizaran versiones para todo tipo de combinaciones instrumentales). Se titula El día de la nación española o el dos de mayo y en la portada de la edición del texto figura: “Canción patriótica / por / D. Francisco de Laiglesia y Darrac / puesta en música por D. Mariano Ledesma, / impresa en Cádiz por D. Nicolás Gómez de Requena en 1810”, texto con 12 estrofas encomendadas a un solista y cuyo estribillo, que canta el coro, dice: “Hoy es el día digno del canto, / hoy es el día del corazón; / el galo horrible tiembla de espanto, / la España grita; ¡Negra traición!”.

            A principios de 1810 los franceses habían tomado Sevilla y se acercaban a Cádiz. El puerto y la ciudad se encontraban “en un estado de total confusión”, como cuenta Blanco White, que sigue: “Tuve ocasión de ver cómo la división inglesa entraba en Cádiz por la Puerta de la Mar, al mismo tiempo que las tropas francesas ocupaban la costa al otro lado de la bahía, y poco después del desembarco de los ingleses entré en mi destartalado camarote del Lord Howard, como creo recordar se llamaba el barco que me trajo a Inglaterra”. Y a Inglaterra marcha también a principios de 1810 Rodríguez de Ledesma al igual que el intelectual sevillano que nos dejó por escrito sus impresiones tanto del viaje como de su llegada a Londres que bien pudieran ser las del músico: “Nuestra travesía fue favorable en líneas generales. Recuerdo especialmente una bellísima noche de luna en el golfo de Vizcaya. A la mañana siguiente nos dio alcance una fragata que afortunadamente resultó ser inglesa. Nos encontramos con una tormenta cerca de las islas Scilly y pasamos la noche con cierto peligro, pero de todas formas no me sentía extraño en alta mar, lo que no les sucedió a un par de pasajeros españoles que también venían en el barco. Uno de ellos vino a pedirme la absolución por si acaso naufragábamos. Sin embargo el tiempo mejoró por la mañana y pudimos ver el cabo Land's End antes de que una genuina niebla inglesa cayera sobre nosotros. Eran casi las once de la mañana del 3 de marzo de 1810 cuando anclamos en el puerto de Falmouth. Hasta aquel momento no había sentido la menor preocupación, pero los once días pasados en el mar en las circunstancias menos confortables, me habían producido una indisposición corporal que no podía menos de influir en mi estado de ánimo”. Y referente al primer día en Londres: “A eso de las ocho me despertó el ruido de la calle y la escasa luz de una nublada mañana londinense que entraba por la ventana. Mi primer sentimiento en aquel momento fue de curiosidad por conocer cómo era la renombrada capital de Inglaterra. Salté de la cama y corrí a la ventana para gozar de lo que me imaginaba sería una escena tan espléndida como jamás había disfrutado. (...) Todo lo que podía contemplar estaba como bajo el omnipotente dominio del polvo, el humo y la oscuridad (...) Pero lo que me desagradó más fue el hollín que se enseñoreaba de todos los edificios. La ciudad entera parecía como si estuviera hecha con carbón y cenizas. Era en verdad un espectáculo abrumador el que contemplaban mis ojos, y no podía menos de suscitar en mi espíritu sentimientos tan lóbregos como él mismo”.

No tenemos ninguna noticia sobre esa primera estancia de Ledesma en Londres, pero sí sabemos por varios escritos suyos que en el otoño de 1812 regresa a España. Aprovechando que José I había salido en agosto hacia Valencia y que las partidas guerrilleras y el ejercito aliado habían entrado en Madrid, regresa Ledesma a la capital con objeto de ver si podía recuperar algo de lo que le había confiscado el gobierno invasor, cuya pérdida en metálico ascendía a catorce o quince mil duros. Según nos cuenta, a los 14 días (principios de noviembre o diciembre) tiene que dejar la capital nuevamente porque el enemigo volvía sobre ella. Marcha otra vez a Cádiz y ya a principios de 1813 se reembarca de nuevo para Inglaterra con una licencia especial del gobierno constitucional concedida el 21 de diciembre.

            Es seguramente en esta estancia de 1812 que Ledesma compone sus otras obras relacionadas con la Guerra de la Independencia: dos himnos patrióticos, En tan infausto día y Renovando la augusta memoria, y el Himno al Duque de Wellington, de las que no conocemos la música. De esta última obra, que seguramente debía ser para solistas, coro y orquesta completa, sabemos por las Tasaciones de las obras musicales del difunto maestro don Mariano Rodríguez de Ledesma realizadas por F. A. Barbieri el 12 de mayo de 1868 a instancias del hijo de Ledesma y con objeto de venderlas al estado, lo que no se consiguió y fue la causa de que se perdiera el importante legado de obras manuscritas que tenía la familia. En esa tasación figura como: “Himno, dedicado al Duque de Wellington. Partitura encuadernada; 27 partes de voces y 26 id. de orquesta.” Tasada en 200 reales de vellón.

            Los textos de los otros dos himnos -como la mayoría de las músicas relacionadas con la Guerra de la Independencia- nos han llegado gracias al legado ‘Gomez Imaz’ depositado en la Biblioteca Nacional. Sobre En tan infausto día nos cuenta Rafael Mitjana en su Historia de la música en España que las Cortes de Cádiz celebraban el triste aniversario del 2 de Mayo con solemnidad y gran pompa, “en 1812, Rodríguez de Ledesma compuso para esta ocasión el himno patriótico En tan infausto día sobre un poema del famoso poeta D. Juan Nicasio Gallego, y fue interpretado ante el catafalco erigido en honor de los mártires de la patria en la plaza de San Antonio”. Este famoso presbítero y poeta, seguramente el primer cantor del 2 de Mayo, fue participante activo en las Cortes de Cádiz y uno de los encarcelados en 1814 por Fernando VII como premio por ‘luchar en favor de la independencia nacional’. El texto del estribillo de este himno “a las víctimas del 2 de Mayo” (según figura en el manuscrito) lo canta el coro y dice: “En este infausto día, / recuerdo a tanto agravio, / suspiros brote el labio, / venganza el corazón; / y sirvan nuestros ayes / del Céfiro en las alas, / al silbo de las balas, / y al trueno del cañón”.

            Antonio Sabiñón, otro presbítero y poeta conocido por su tragedia Numancia y que también recibió el premio fernandino de la cárcel en 1814 (murió poco después en ella), es el autor del texto del otro himno que en su estribillo dice: “Renovando la augusta memoria / de aquel día de luto y espanto, / hoy sucedan al fúnebre llanto / ledos himnos de grato placer; / y laureles de eterna victoria / den honor a las víctimas fuertes, / que muriendo con ínclitas muertes, / libre a España lograron hacer”. Cuenta Mesonero Romanos en sus Memorias de un setentón que el 2 de mayo de 1814, después de la solemne ceremonia cívico-religiosa en la colegiata de San Isidro de Madrid dedicada a los mártires del 2 de Mayo (en la que se interpretó, por cierto, el Réquiem de Mozart) y a la que asistieron todos los diputados de Cádiz y líderes guerrilleros, los coros cantaron aquel día este himno patriótico. En el manuscrito del texto que se conserva en la BN figura la misma anécdota y añade “fue puesto en música por D. Mariano Ledesma”. Lo que debió suceder en 1812, ya que Ledesma vuelve a Inglaterra a principios de 1813 llevando pliegos secretos, a su costa, de la 1ª Secretaría de Estado para el embajador de España en aquel país y no regresará hasta finales de 1815.

Ya en Londres, Ledesma alcanza gran notoriedad como músico y maestro de canto. Ese mismo año es designado por el Príncipe de Gales (el futuro Jorge IV) maestro de perfección en el canto de la princesa Carlota. Y también, a partir de ese año, Ledesma participa como tenor en numerosos conciertos de la Philarmonic Society cantando sobre todo obras de Mozart, conciertos que se celebraban en Old Argyll Rooms, y en conciertos en favor de otros emigrados políticos españoles, como entonces se decía.

Cuando Rodríguez de Ledesma regresa a Madrid en noviembre de 1815 consigue que se le reponga en una Real Capilla que había sufrido numerosas depuraciones políticas tras la llegada del rey felón. Años después, marzo de 1820, en unas oposiciones para la Real Cámara utilizará como mérito añadido todo lo vivido durante la guerra frente al músico italiano Federici, que se había destacado por su continuo cambio de bando según como soplaban los acontecimientos. También en este 1820, para el acto anual en memoria de las víctimas celebrado el 2 de mayo en la Colegiata de San Isidro, organizado por el nuevo gobierno liberal y el ayuntamiento constitucional, se le encarga a Ledesma la dirección musical y la interpretación de su Oficio y Misa de difuntos, obra que, en contra de lo que escribió Mitjana y se ha creído erróneamente, no la compuso como Réquiem para las víctimas del 2 de Mayo sino un año antes para las honras fúnebres de la reina Isabel de Braganza.

            Y para terminar este viaje de Ledesma por la Guerra de la Independencia, una pequeña muestra de su relación con Blanco White, uno de los grandes protagonistas intelectuales de esta guerra. En su última e inacabada obra, la novela Luisa de Bustamante o La huérfana española en Inglaterra, en el capítulo II, después de una composición poética de la protagonista Luisa, escribe el sevillano: “Quien tenga vivamente en la memoria a nuestro inmortal paisano García cuando, dejándose arrebatar de la ilusión en el Teatro Italiano, parecía convertir los afectos más poderosos en música, haciéndonos percibir que ningún otro lenguaje podía expresarlos con más viveza y verdad, podrá formarse alguna idea de la inspiración que poseía a nuestra joven al cantar estos versos. La música se ha perdido; pero, si nuestro Ledesma conserva todavía el poder con que lo dotó la naturaleza, si ha dejado algún digno discípulo de su escuela, tal vez no se desdeñarán de restituir esta canción a su elemento propio, que es la música”.

Este artículo fue publicado en la revista SCHERZO. La parte correspondiente a Fernando Sor (no publicada aquí) fue escrita por el hispanista Brian Jeffrey.

Nº 231, junio de 2008, pág. 118-123