(notas para el concierto realizado en el ‘Encuentro de Jóvenes compositores’ del INJUVE,
Mollina Agosto de 1998)
Desde el olvido I
En 1790, cuando se estrenó en el teatro del Príncipe de Madrid el famoso melólogo Guzmán el Bueno del poeta y compositor Tomás de Iriarte, la compañía madrileña que estrenó esta obra la hizo preceder de unas escenas teatrales, Introducción a la Scena Heroica Trágica Intitulada “el Guzmán” de L. F. Comella, en las que se representaba “que obra convendría montar para granjearse los aplausos del público”. Entre las actrices que intervienen en estos dos cuadros está “La Tirana”, cuyo parlamento de reproche sigue vigente:”…no faltaron héroes españoles célebres por sus generosos hechos ni autores que supieran tratar esos asuntos con arte, aunque algunas personas de nuestro país sólo aplauden lo extrangero…”. Ya en el siglo XX es Fernández Arbós, el gran director de orquesta, quien cuenta en sus memorias los inicios con la Orquesta Sinfónica de Madrid: “Tal vez lo esencial de mi labor haya sido haber llegado a imponer a los autores españoles, pues me cabe la honra de ser el primero en haber incluido en programa muchos nombres, algunos de los cuales tienen, hoy en día, un valor universal (…). Al hacerme con la orquesta, emprendí una tarea ardua. Había que luchar, no únicamente con el gusto del público – que, aunque siempre intuitivo e independiente, era harto primitivo – sino con la resistencia que ponían a todo lo que fuese español, tanto en cuestión de dirección como de obra”.
Desde el olvido llevan años pidiendo atención las obras de muchos compositores españoles víctimas de una historia musical, la española, que nunca ha estado normalizada; un olvido al que irán también la mayoría de los actuales compositores españoles si no normalizamos una situación, la historia de la música española, que se está convirtiendo en endémica desde hace siglos. Sólo habrá futuro mientras se pueda integrar el presente en un proceso histórico normalizado.
Nadie puede negar que los compositores españoles siempre han sido conocidos e interpretados en vida con mayor o menor fortuna, pero ¿Y después? El olvido. Los dos músicos españoles más conocidos y que se consideran la cumbre de la historia musical española, Tomás Luis de Victoria y Manuel de Falla ¿Acaso no lo son en parte porque al primero lo cantan todos los coros ingleses y al segundo lo publica una editorial inglesa?
Las razones de esta anormal situación de conocimiento y valoración de la música española son múltiples y complejas: la falta de imprentas y editoriales musicales; la poca importancia que la música ha tenido en la educación, la cultura y la sociedad española; esa típica idiosincrasia española tan crítica, tan radical – o es el mejor o no sirve para nada – que ha marginado a tantos músicos que si no fueron los más grandes del orbe tampoco fueron unos maulas, simplemente fueron muy buenos artistas y profesionales; el poder que durante siglos tuvo la ópera italiana en los teatros españoles; o esa obsesión que ha habido en el último siglo por el sinfonismo germánico con sus complejos desarrollos armónicos y formales tan alejados de la peculiaridad latina. En fin, se podría decir que, tradicionalmente, España ha sido un país que ha tendido a marginar en vida a sus compositores y una vez muertos a olvidarlos. Lo que en otros países sucede con normalidad, la convivencia del arte nacional con lo mejor de cada país, en España no ha funcionado.
Sin temor a exagerar se puede decir que hoy día se desconoce la mayor parte de la memoria sonora de la música española, inclusive la de este siglo XX que está terminando donde ha gobernado la dictadura de ese pensamiento único que ha sido el Dodecafonismo y los Serialismos.
Así, desde el olvido traemos a este concierto cuatro compositores españoles que forman parte de nuestro pasado más reciente: dos de ellos, Jaume Pahissa y Andrés Gaos, pertenecieron a la Generación del 98; Juan Tellería, formado en Alemania, es de una generación intermedia; y Ángel Martín Pompey, contemporáneo de la generación del 27, es de los alumnos más destacados del gran maestro que fue Conrado del Campo. Sus obras, de estéticas muy diferentes, abarcan los diferentes estilos que ha tenido la música española que no acusó el fácil nacionalismo, durante la primera mitad del siglo XX; las de Pahissa y Tellería se pueden situar en la vanguardia de su tiempo, al menos en España, y las de Gaos y Martín Pompey, aunque menos avanzadas respecto de los lenguajes oficiales del momento, están compuestas con una gran solidez y rigor.
Jaume Pahissa: Sinfonía I, Trío (1903).
Dedicado inicialmente a la arquitectura, disciplina que abandonó por la música, este catalán nacido en 1880 murió en Argentina en 1969 donde se había exiliado en 1937. Estudió en Barcelona con Morera y allí comenzó sus actividades de profesor, crítico, musicólogo y compositor, actividades que continuaría en Argentina donde mantuvo un estrecho contacto con Manuel de Falla, publicando una de las primeras biografías del músico gaditano. En España compuso numerosa obra orquestal, de cámara y operística estando siempre en la vanguardia; fue de los primeros españoles que cultivó el dodecafonismo, llegando a crear su propio sistema compositivo denominado ‘intertonal’.
La Sinfonía I, Trío de 1903 para cuerdas es de las primeras obras que compuso, realizando años después otra Sinfonía II para ‘gran orquesta de cuerda’. Esta primera sinfonía, dedicada a su amigo Jesús Prado, es una obra atrevida para su tiempo que buscaba unos caminos distintos a los que entonces se cultivaban en España, los del nacionalismo musical. La obra presenta en los tres movimientos una gran riqueza temática con abundantes transformaciones, armónicas y formales, de los temas principales. El primer movimiento desarrolla la forma sonata, el segundo está planteado en forma de ‘lied’ y el tercero despliega una gran e imaginativa variedad formal con abundantes cambios de ‘tempo’ y citas de los movimientos anteriores. Instrumentalmente, la obra tiene la peculiaridad de que la orquesta no distingue entre violines I y II, simplemente en violines, violas, violoncellos y contrabajos.
Juan Tellería: Andante y Danza rústica (1919).
Este músico vasco, nacido en Cegama (Guipúzcoa) en 1894 y muerto en Madrid en 1949, es el autor del famoso himno Cara al sol. Hijo de un humilde organista y huérfano desde los 7 años, comenzó los estudios musicales con su tío sacerdote, prosiguió los de composición en San Sebastián con Pagola y en Madrid, a partir de 1915, con Conrado del Campo. En 1916 compone su poema sinfónico de estilo germánico La dama de Aitzgorri, estrenado por Fernández Arbós con la Orquesta Sinfónica de Madrid, y en 1919 Andante y Danza rústica. A finales de este año emprende un viaje, primero a París y desde allí, hacia 1923, a Alemania donde permanecerá hasta 1925. A su vuelta se dedica, como tantos otros, a la Zarzuela, destacando con gran éxito El joven piloto de 1934, el cine y la música ligera, y abandonando desgraciadamente toda actividad creadora de mayor exigencia.
Tellería es un caso extremo y muy típico de la música española: un músico con talento y buena formación que produce grandes obras en su juventud y después se pierde en naderías. Como dice el musicólogo Javier Suárez-Pajares en un importante trabajo sobre este músico: “fue a principios de este siglo una de las figuras más prometedoras de la música española (…), con 24 años cautivó a Salazar con su Andante y Danza rústica , pero dedicó demasiado tiempo a la composición de música popular y fungible (…), es el caso del Cara al sol, algo que no le benefició personal, económica, ni artísticamente”, lo que, por otro lado, ha estigmatizado a este músico para siempre.
Andante y Danza rústica es una obra que causó gran impresión en su estreno. Adolfo Salazar, el famoso crítico vanguardista instigador de la generación musical del 27, dice en su crítica de El Sol en 1919: “Tellería es, sin duda alguna, uno de nuestros más fuertes temperamentos musicales; (…) Esa Danza rústica, mezcla animadísima y abigarrada de ruso, de vasco y de tziganismo, es, en su fantasía arremolinada y caprichosa, el trozo más lleno de originalidad que haya producido nuestra última generación de músicos”. No está claro si la obra se estrenó como cuarteto de cuerda o cuarteto de cuerda con piano; las particellas que se conservan hoy en día tienen los Violines I y II en ‘divisi’ y la indicación de ‘violas’, lo que será seguramente una versión para orquesta de cuerda.
Andrés Gaos: Impresión nocturna (1937).
Nacido en La Coruña en 1874 y muerto en Mar del Plata en 1959, comenzó los estudios de violín en su ciudad natal, los continuó en Madrid con Jesús de Monasterio y los culminó en Bruselas con Ysaye y Gevaert.
Desarrolló una gran carrera como concertista por todo el mundo tocando con las más importantes orquestas de Berlín, Bruselas, París, Roma, etc.; formando dúo con C. Saint-Saëns realizó una gira por América del Sur y Europa. Estableció su residencia en Buenos Aires de donde ya no salió después de su vuelta de la Exposición Universal de París de 1937 donde estrenó esta obra en la sala Gaveau el 29 de Septiembre, durante la Exposición Universal, dirigiendo a la famosa orquesta Lamoureux.
Impresión nocturna es una bella obra de carácter neorromántico expresionista con un sello muy personal y con complejas armonías cromáticas que fluyen constantemente por las voces con un intenso melodismo. Su estructura rapsódica, dictada por el fluir de las melodías, está dividida en tres secciones, A-B-A; desarrollando la 1ª sobre el tono ‘mayor’ y la 3ª sobre el ‘menor’.
Gaos dejó escrito que sonara una grabación de esta obra en su funeral.
Ángel Martín Pompey:Suite-Divertimento (1959)
Martín Pompey es un compositor con una gran producción musical, de cámara, escénica o sinfónica, que evoluciona desde el estilo filo-germánico instigado por su maestro Conrado del Campo hasta un personal atonalismo, pasando por las influencias de Bartòk, Strawinski o Berg.
Nacido en Mondejo de la Sierra (Madrid) en 1902 realizó su formación musical en el Conservatorio de Madrid en estrecho contacto con importantes maestros españoles como Conrado del Campo, Pérez Casas, Francés o Cubiles; en los años 20 se dedicó al nuevo y emergente Jazz tocando en orquestas de baile; después da un giro radical, profundiza sus estudios con C. del Campo, marcha en 1941 al Monasterio de Montserrat a realizar estudios de gregoriano y se dedica a la enseñanza, labor que ha ejercido durante cuatro décadas; todavía hoy, con 96 años, sigue siendo organista activo de la iglesia del Pilar de Madrid. Ha sido crítico musical de varios diarios madrileños y su música se ha tocado con cierta regularidad tanto en España como en otros países europeos.
En su producción destaca sobre todo su música de cámara, con duos, tríos, cuartetos, quintetos y sextetos; sus conciertos para diferentes solistas y orquesta; música sinfónica; un ballet y una ópera; obras donde se percibe, por encima de cualquier cuestión estética, la gran solidez adquirida con su maestro C. del Campo.
Suite-Divertimento, dedicada al matemático Pedro Puig, es una obra compuesta en 1959 para orquesta de cuerda y estrenada en Madrid en 1962 por la orquesta “Pro Música” dirigida por E. García Asensio; posteriormente, en 1983, el autor realizó una revisión, siendo esta última versión la que se va a interpretar en este concierto en lo que será su reestreno. Esta obra, compuesta con un gran rigor formal y armónico, responde a un período de transición, los años 50, en que el autor está buscando nuevos lenguajes influenciado por las tendencias europeas que tímidamente llegaban entonces a España, resultados que se aprecian, sobre todo, en sus últimos cuartetos de cuerda.
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(notas para el concierto realizado en el ‘Encuentro de Jóvenes compositores’ del INJUVE,
Madrid Julio de 1999)
Desde el olvido II
El año pasado, en el Campo de Composición que tuvo lugar a finales de verano en el CEULAJ de Mollina (Málaga) organizado por el Instituto de la Juventud, se programó un concierto que con este mismo título pretendía dar a conocer a los estudiantes de composición, compositores españoles de la primera mitad de este siglo que por los múltiples avatares que ha sufrido la música en España, impidiendo un normal desarrollo, han caído en el injusto limbo del olvido; ya que si es grave este olvido también lo es que las jóvenes generaciones musicales desconozcan no solo el lejano pasado musical español sino el más inmediato y cercano (compositores que en muchos casos podían haber sido nuestros abuelos); se podría decir sin temor a exagerar que hoy día se desconoce la mayor parte de la memoria sonora de la música española de este siglo XX que está terminando donde ha gobernado la dictadura de ese pensamiento único que ha sido el Dodecafonismo y los Serialismos.
Desde el olvido llevan años pidiendo atención las obras de muchos compositores españoles víctimas de una historia musical, la española, que nunca ha estado normalizada. Solo hay que recordar aquellas palabras de Fernández Arbós sobre los inicios con la Orquesta Sinfónica de Madrid: “Tal vez lo esencial de mi labor haya sido haber llegado a imponer a los autores españoles, (...). Al hacerme con la orquesta, emprendí una tarea ardua. Había que luchar, no únicamente con el gusto del público - que, aunque siempre intuitivo e independiente, era harto primitivo - sino con la resistencia que ponían a todo lo que fuese español, tanto en cuestión de dirección como de obra”.
Cuatro compositores se rescatan en esta nueva ocasión desde el olvido con el espíritu de contribuir a normalizar nuestra historia musical: Federico Olmeda, uno de los casos más enigmáticos y desconocidos de la música española y tres compositores de la Generación del 27, Antonio José, Jesús Bal y Gay y Rodolfo Halffter, este último sin duda uno de los más conocidos y programados de esta generación.
Entre los pocos libros que se dedicaron a analizar la música española a principios del s. XX destaca L’essor de la musique espagnole au XX siècle del músico e hispanista francés Henri Collet, que se podría traducir por “El renacer (o el despertar) de la música española”, publicado curiosamente en 1929 y que recibió el premio del Instituto de Estudios Hispánicos.
Henri Collet señala que los pioneros de este despertar, que comienza su culminación con Isaac Albéniz, sigue con la Generación del 98 (Manuel de Falla, Joaquín Turina, etc) y se cierra con la Generación del 27, son tres nombres que como siempre ocurre han quedado en el segundo plano del olvido cuando su importancia es fundamental: Francisco A. Barbieri (1823-1894), Felipe Pedrell (1841-1922) y Federico Olmeda (1865-1909).
Ha sido una constante a lo largo de toda la historia de la música española la toma de conciencia que nuestros compositores han tenido de la necesidad de una música propia, especialmente en los s. XVII y XVIII en que España estaba dominada por los músicos italianos. Ya entonces, el P. Eximeno, jesuita expulso, publica en 1774 en Roma sus Orígenes y reglas de la música y dice: “Es sobre la base del canto nacional que cada pueblo deberá construir su sistema artístico”.
Tomando como lema esta frase, afirma Henri Collet que comienza a finales del s. XIX la renovación de la música española. (Lo que sucede en España no es un hecho aislado, se puede encontrar cierto paralelismo con el surgimiento de la escuela rusa de LOS CINCO y sus precursores, como a Salazar le gustaba señalar).
Barbieri es el primero que toma conciencia de esta necesaria renovación musical y en su doble faceta de compositor y musicólogo se enfrenta al italianismo reinante de Arrieta que también él había cultivado en sus primeras obras. Como musicólogo publica en 1890 ese monumento de la música española que es el Cancionero de Palacio, conjunto de obras españolas de los s. XV y XVI que descubre en el Palacio de Oriente de Madrid y que tendrá una influencia tremenda en el s. XX, (Falla y la Generación del 27 bebieron continuamente de ahí), así como su afán coleccionista que salvó de la quema y de la basura numerosos documentos, partituras, libros biográficos y musicales que han sido fundamentales para el estudio de la historia musical española y que se conocen como Los papeles Barbieri; como compositor abandona el estilo italiano y se dedica a cultivar una zarzuela de corte castizo-popular basada en músicas populares de los siglos precedentes.
Pedrell y Olmeda fueron los primeros músicos españoles en estudiar el folklore desde un punto de vista científico y los primeros en publicar cancioneros analíticos del folklore español que fueron la base de numerosas obras del nacionalismo musical.
De Pedrell, llamado el Wagner español por la crítica europea de su tiempo, se puede decir que fue el creador de la musicología española que tuvo continuidad en su alumno Rafael Mitjana, Anglès y otros. La obra tanto compositiva como musicológica de Pedrell es inmensa, una de las más vastas de nuestra música, y destacan sus óperas Los Pirineos, trilogía operística, La Celestina y El Conde Arnau, además de numerosa obra sinfónica y sinfónico-coral; entre sus trabajos teóricos está el manifiesto Por nuestra música de 1891, el Cancionero musical popular español y los numerosos trabajos de recuperación, estudio y análisis de la música antigua española. La importancia de Pedrell está también en el referente que supone en cuanto reivindicación de un glorioso pasado musical como punto de partida para sentar las bases de una escuela nacional y en sus alumnos, entre los que mencionaremos dos: Falla, cuyo encuentro con Pedrell es referencia en su toma de conciencia musical nacionalista y el punto de partida para su indagación no solo de la música popular sino también de la música antigua española durante el tiempo que estudia con él en Madrid, y Gerhard, uno de los músicos más importantes de la Generación del 27.
¿Y Olmeda? quizás sorprenda la referencia a este músico que la mayoría de la gente desconoce, pero una vez más según Henri Collet “el artículo ‘Cante jondo’ de Manuel de Falla define técnicamente las características del melos gitano del Albaicín según los métodos de exégesis creados por Olmeda en cuanto al melos de Castilla”. Olmeda es un músico sobre el que todos los historiadores hablan maravillas pero que casi nadie conoce su música.
La Generación musical del 27 como tal no existe, o para ser más exactos no existió en su momento como hoy se entiende históricamente.
Hacia 1930, coincidiendo con la generación literaria que se reunió para conmemorar a Góngora en 1927 y que tomó ese año como nombre generacional, surgen dos grupos de músicos, uno Madrid y otro en Barcelona, que coinciden en llamarse de la misma forma, GRUPO DE LOS OCHO.
En Madrid lo formaban: Rodolfo y Ernesto Halffter, Fernando Remacha, Juan José Mantecón, Rosa García Ascot, Salvador Bacarisse, Gustavo Pittaluga y Julián Bautista.
En Barcelona estaba formado por: Roberto Gerhard, Eduardo Toldrá, Ricardo Lamote de Grignon, Manuel Blancafort, Baltasar Samper, Agustín Grau y Gibert Camins.
Con el tiempo, a estos compositores como a otros que nacieron en torno a 1900 y que tenían las mismas inquietudes, como Antonio José Martínez Palacios, Jesús Bal y Gay, Evaristo Fernández Blanco, Simón Tapia Colman, Ricardo Olmos, Ángel Martín Pompey, Juan Tellería, Pablo Sorozábal, o Joaquín Rodrigo, y podría seguir citando muchos más compositores que han dejado una magnífica y considerable obra hoy día injusta y desgraciadamente desconocida..., con el tiempo, decía, se les ha dado en llamar GENERACION DE LA REPUBLICA, por ser en este período cuando alcanzan su madurez, o GENERACION DEL 27, por homologarlos a esa generación literaria con la que tuvieron, como pocas veces ha ocurrido en la cultura española, un estrecho contacto y una fluida colaboración, además de una gran afinidad estética y similares inquietudes y afanes.
Es por esto que creo, como otros que han estudiado a este numeroso grupo de compositores, que sí debe llamarse GENERACION DEL 27 y no de otra manera; denominación que, por otro lado, suscita un gran consenso para situar a todos los creadores de las diferentes ramas artísticas de esta generación que han conformado lo que se llama EDAD DE PLATA de la cultura española.
A grandes rasgos, la Generación del 27 se polariza en torno a varios maestros: los de Madrid en torno a Falla y Conrado del Campo, los catalanes en torno a Pedrell y Morera, y algunos independientes estudian con Esplá y Pérez Casas. También algunos salieron fuera a completar estudios, Gerhar fue a estudiar con Schönberg a Alemania, Sorozábal a Leipzig y Remacha a Italia con Malipiero.
Pero el verdadero polarizador de esta generación que les aglutina, apoya y les da una cobertura intelectual, musical y periodística, es el músico, crítico, teórico y por encima de todo un gran intelectual, Adolfo Salazar (1890-1958), alumno entre otros de Ravel. Desde la Residencia de Estudiantes de Madrid y desde su tribuna periodística de El Sol ejerció de mentor y dinamizador de esta generación. Su exilio en México privó a la música española del gran intelectual que siempre ha necesitado.
La Generación del 27 se convierte con Salazar en una generación progresista que por un lado continuaba los postulados de la Generación del 98 pero por otro los intentaba romper yendo hacia adelante y estando abierta a todo lo que venía de Europa.
Federico Olmeda: Oda-fuga. Lamentación.
Nacido en Burgo de Osma (Soria) en 1865 y muerto en Madrid en 1909 a la edad de 44 años, es el caso de este músico, como Arriaga, Gomis, Usandizaga o en nuestros días Francisco Guerrero, el de un joven genio muerto prematuramente.
Formado en su ciudad natal, sobre todo en el órgano y el contrapunto, consiguió bien joven por oposición el magisterio de la catedral de Burgos, pasando en 1907 a Madrid a ocupar el del Monasterio de las Descalzas Reales y a dirigir la revista La voz de la música. Ganó un concurso en Milán de composición de Fugas con una realizada sobre un tema dado que eran dos fugas superpuestas, una en tono mayor y otra en menor.
En su etapa burgalesa realizó dos importantes trabajos musicológicos, Memoria de un viaje a Santiago de Galicia o Examen crítico-musical del códice del Papa Calixto II, publicado en 1895, y Folklore de Castilla, publicado en 1902 y conocido vulgarmente como Cancionero de Olmeda.
Compuso tres Sinfonías, el poema sinfónico El Paraíso perdido, tres cuartetos de cuerda, obras para piano: Rimas, inspiradas en Bécquer, Sonata, publicada en Francia, Escenas nocturnas, Zorcicos, Valses y numerosa obra para órgano entre las que destaca Lamentación, según H. Collet digna de César Franck.
A su muerte, producida mientras realizaba las oposiciones al Conservatorio de Madrid que superó brillantemente, su gran biblioteca, que contenía numerosos manuscritos antiguos, polifonía e incunables, fue adquirida en subasta por el librero de Leipzig K. W. Hiersemann, quién a su vez la vendió después a la Hispanic Society of America de Nueva York. También desapareció a su muerte su obra sinfónica, desconociéndose hoy día su paradero.
En cuanto a las dos obras que figuran en este programa: de la Oda-fuga se desconoce su origen creativo y demás datos históricos; se conserva en particellas para instrumentos de cuerda en la biblioteca del conservatorio de Madrid y por el tipo de escritura instrumental no parece que sea una trascripción sino original para la cuerda. Escrita en la tonalidad de Fa m, comienzan los cellos presentando el ‘sujeto’ contestado por las violas formalmente a la 5ª, pero, aparte de esto, su desarrollo huye de cualquier planteamiento escolástico buscando siempre la solución imprevista. Es un claro ejemplo del dominio que este compositor tenía sobre esta compleja forma musical.
La Lamentación es un curioso Canon a tres en ritmo homofónico de negras, aunque una de las voces casi siempre funciona como pedal armónico, original para órgano y es aquella que Collet consideraba digna de C. Franck; sus audacias armónicas son considerables. La obra es tan atractiva que no hemos resistido la tentación de presentarla en orquesta de cuerda; a fin de cuentas, como tradicionalmente se ha hecho con tantas obras contrapuntísticas originalmente escritas para el teclado.
Antonio José: Suite ingenua
Antonio José Martínez Palacios nace en Burgos en 1902 y muere en 1936 en uno de los primeros fusilamientos de la guerra civil española en su ciudad natal. Hacia 1920 marcha a Madrid gracias a una beca y allí entra en contacto con todo el grupo que después formaría la Generación del 27. Después de residir cuatro años en Málaga como profesor, regresa en 1929 a Burgos para hacerse cargo del Orfeón burgalés y allí establecerá su residencia definitiva sin perder contacto con los grandes centros musicales, Madrid, Barcelona, Bilbao, donde sigue presentando su música. Después de ganar varios premios de composición, en 1932 obtiene el premio nacional de música con el cancionero Colección de cantos populares burgaleses y en 1936 es invitado al III congreso de la sociedad internacional de musicología celebrado en Barcelona para presentar sus trabajos sobre el folklore castellano.
Entre sus obras destacan la Sonata castellana para piano que dos años después convertiría en la Sinfonía castellana en cuatro movimientos, las Danzas burgalesas, Evocaciones y la Sonata gallega para piano, la Sonata para guitarra dedicada a R. Sainz de la Maza, Alla Haydn para orquesta de cámara, Evocaciones nº2, El molinero, y Preludio y danza popular para orquesta, su ópera inacabada El mozo de mulas, basada en un episodio del Quijote, así como numerosas canciones para coro basadas en temas populares castellanos.
La Suite ingenua es una obra compuesta en 1929 para piano y orquesta de cuerda con la que ganó un concurso de composición en Cataluña. Estructurada en tres movimientos, cada uno de ellos se basa en un tema popular burgalés de los recopilados por F. Olmeda. La obra fue presentada en 1931 primero en Madrid y después en Burgos por la Orquesta Clásica de Madrid dirigida por Saco del Valle y con el autor al piano.
Rodolfo Halffter: Tres piezas para cuerda op. 23
El llamado Halffter mexicano, nacido en Madrid en 1900 y muerto en México en 1987, es sin duda alguna y junto a R. Gerhard el músico más conocido e interpretado de la generación del 27. De formación autodidacta, tuvo un reconocimiento más tardío que su hermano Ernesto, inicialmente el más brillante de la generación, pero con el tiempo tanto su obra como su labor pedagógica se convirtieron en fundamentales tanto para España como para México. En 1939 se exilió en la capital mexicana desarrollando allí una importantísima labor como profesor y gestor cultural, regresando en los años 70 a España para continuar su gran magisterio en los curso de Granada y Santiago de Compostela. Los alumnos que tuvimos la suerte de conocerle no olvidaremos nunca el cariño con que enseñaba y sus geniales análisis tanto de la obra de Falla como de los dodecafonistas, especialmente Webern.
Su obra es extensa, destacando sobre todo la pianística: Dos sonatas de El Escorial, Homenaje a Antonio Machado, Música para dos pianos, Laberinto, Secuencia, pero también canciones como Marinero en tierra, el ballet Don Lindo de Almería, el Concierto para violín, los bellísimos Tres epitafios corales, Ocho tientos para cuarteto, o Pregón para una Pascua pobre.
Las Tres piezas para cuerda op. 23 son de 1954, estrenadas en Ciudad de México al año siguiente y en España en 1959. Según su biógrafo, el musicólogo mexicano José Antonio Alcaraz, “estas piezas pueden considerarse básicamente como un ejercicio experimental que consiste en el uso de la técnica dodecafónica dentro de la estructura de las formas clásicas. Contienen, también, extensas secuencias que son testimonio del tono humorístico de su escritura”.
Jesús Bal y Gay: Serenata.
El recuerdo de este músico gallego, nacido en Lugo en 1905 y muerto en Madrid en 1993, está ineludiblemente unido al de su esposa Rosa García Ascot, verdadera alumna de Falla. En su primera estancia madrileña, durante la república, fue muy importante su labor musical en la Residencia de estudiantes junto a García Lorca, Dalí y Buñuel. Tomó junto a su esposa el camino del exilio mexicano en 1939 regresando tardíamente a España. Durante su estancia mexicana tuvieron relación con los principales compositores norteamericanos manteniendo una estrecha amistad sobre todo con Stravinsky. Bal y Gay en sus inicios compaginó la composición con la investigación musicológica pero poco a poco fue inclinándose hacia esta última faceta abandonando la composición. Realizó importantes estudios sobre el folklore gallego, sobre Chopin, la música renacentista y barroca española y una edición del Cancionero de Upsala.
Entre sus composiciones destacan las Treinta canciones de Lope de Vega, la Sonata para clarinete y piano y el Concierto grosso compuesto en homenaje a J.S. Bach y dedicado a su esposa.
La Serenata para orquesta de cuerda fue compuesta durante su estancia mexicana en 1941-2 y dedicada a su amigo Sándor Róth. Obra ambiciosa, brillante y colorista en tres movimientos se desarrolla en un lenguaje neoclásico cercano al mundo stravinskiano con abundantes divisis, juegos rítmicos, cambios de compás y tonalidad.